martes, noviembre 22, 2005

¿Cuál es la auténtica tragedia de Newland Archer?

Desde luego, no es haber renunciado a la mujer a la que amaba, ni tampoco haber llegado al final de una vida de corrección en la que nunca se permitió hacer lo que realmente le hubiese gustado.

La auténtica tragedia de Newland Archer apareció en una fiesta de sociedad, tras la sonrisa de su esposa, y consistió en haberse dado cuenta de que no era diferente a los demás. Que sólo era una pieza más de un juego cuyas reglas despreciaba y del que pensaba que no formaría parte jamás.
Que sus ideas, tan excéntricas para la época, eran permitidas de la misma manera que la exhibición de una pintura atrevida en el salón de Julius Beaufort. Que Newland no era más que un adorno exótico cuyos, él pensaba que secretos, devaneos, servían de regocijo a una sociedad tan aburrida como para preocuparse por ellos. Que era uno más de los personajes de una obra cuyo final era conocido antes de ser escrito.

Esa es la auténtica tragedia de Newland Archer. Y a la vez es su grandeza. La exquisita aceptación de unas reglas sociales diseñadas para coartar el más mínimo atisbo de pasión o deseo.
Ese fue el motivo por el que la condesa Olenska le amó toda su vida. Porque sabía que jamás osaría subir aquella escalera.

Hoy hace una semana de mi lesión. Aunque la pierna me sigue doliendo, he conseguido convertir la cojera-de-pirata en un-suave-balanceo. La edad no perdona.
Ultimamente todo me recuerda que me hago mayor: Hijos que crecen, gente conocida que se muere, aniversarios históricos...
Aunque resulta que no soy tan mayor como pensaba.
Siempre he sido bastante despistado, pero últimamente estoy alcanzando cotas preocupantes. Llevo meses pensando que estamos en el 2006. Meses rellenando formularios con la fecha incorrecta (prueba de que el 99% de los impresos que se utilizan no sirven para nada) y meses pensando que tengo un año más de los que realmente tengo.
De repente me siento más joven.

jueves, noviembre 17, 2005

Hoy he echado de menos aquellas tardes frías y despejadas en las que mi única obligación, pocas veces cumplida, era estudiar. Terminaba las clases pronto (o ni siquiera las empezaba), y ante mi se extendía, como una alfombra de horas, la tarde entera. Con una radio y un libro como compañeros, buscaba un bar donde me conocieran y no me molestaran por agotar una tarde completa con un solitario café. No había móviles. No existía el wifi. Estábamos el tiempo, mi libro y yo. Las citas se organizaban con antelación y nada inesperado podía turbar la linealidad de la espera. Eran otros tiempos.
Hoy los he echado de menos.

miércoles, noviembre 16, 2005

Somos bombardeados constantemente y por todos los frentes, con mensajes que nos recuerdan lo que estamos haciendo mal y cómo deberíamos solucionarlo:

-Come frutas y verduras.
-No fumes.
-Bebe con moderación.
-Paga tus impuestos.
-Vota.
-Ejercita tu mente.
-Haz deporte.

Es una especie de complot, probablemente destinado a perpetuar el descontento del individuo en una sociedad cada día más exigente. Y a fe que lo consiguen. Hagas lo que hagas.
Nunca he sido deportista, y siempre he tenido el cargo de conciencia de que debería cuidarme un poco más y tratar de hacer ejercicio. A temporadas lo he conseguido: un poco de gimnasio, correr, tenis...
La semana pasada tuve el reconocimiento médico anual de la empresa. Y cuando me preguntaron con qué frecuencia hacía ejercicio, contesté orgulloso, por primera vez desde que hago esos reconocimientos, que iba dos veces por semana al gimnasio y a jugar al tenis. Era verdad. Había retomado mis cursos de tenis en septiembre y lo estaba haciendo bastante bien, incluso había notado que mi revés a dos manos estaba mejorando.
Ayer fui a la última clase de mi vida.
Había estado en el gimnasio, habíamos hecho las series de ejercicios y estábamos jugando el segundo partidillo cuando sentí como si me hubiesen dado un fuerte pelotazo en un gemelo. Me caí al suelo.
Diagnóstico: Rotura fibrilar. De dos a tres semanas de cojera. Al menos un mes hasta la recuperación completa. Y un cabreo de mil pares de narices.

Me he borrado del cursillo y probablemente empiece a fumar.

lunes, noviembre 14, 2005

Llueve, y según dicen...

llueve

...lloverá.
Y después seguirá lloviendo.

martes, noviembre 08, 2005

Una idea sencilla y divertida:

Quand j'etais petit

Aunque resulta doloroso comprobar que salvo contadas excepciones los humanos empeoramos con los años.

lunes, noviembre 07, 2005

¿Fin de mes a día 7?
¿Pero cómo es posible?
Sencillo. Siendo lo que se llama dinamizadores de la microeconomía, o más vulgarmente, gastar más que el Jackson.
Es parte del proceso de maduración (supongo), comprobar que el mes todavía no ha cumplido una semana y que tus tarjetas de débito se quejan porque tienes la cuenta corriente en descubierto. La verdad es que preferiría no haber vivido esta experiencia, pero ya es demasiado tarde.
Y lo curioso es que la economía doméstica no se nos da mal (bueno, a mí sí, pero P es bastante buena), aunque unos electrodomésticos averiados, un par de problemas en los coches y un veterinario imprevisto más los inevitables gastos fijos han convertido a este mes en una especie de prueba de resistencia que habrá que pasar en modo económico.
Lo que más me fastidia es que no hemos hecho grandes excesos. Este año ni siquiera nos hemos ido de vacaciones en condiciones. Algo nos temíamos, ya que lo del pan debajo del brazo de los bebés debía ser en los años sesenta, porque ahora...
Ojalá éstos, económicos, sean todos mis problemas. Es lo que nos decimos los pobres. Pero me siento fracasado. Debería ganar más dinero y no se muy bien cómo. Probablemente me haya acomodado, lo cual contribuye a aumentar mi sentimiento de culpa.
Debería hacer algo...

Vaya, me había olvidado de cual era originalmente el propósito de este blog: Terapia. Pero este post me lo ha recordado.
Tengo que pensar acerca de todo esto (y a ser posible tomar alguna decisión)

sábado, noviembre 05, 2005

Bonito a la par que inquietante

watermelon