martes, febrero 12, 2008

Un ruso borracho bebe de la botella, mientras grita al cielo insultos incomprensibles. Sus ojos, hielos perdidos, me recuerdan en lo que se está convirtiendo mi mundo. La calle, otrora tranquila, es ahora territorio hostil. Padres divorciados hipotecan su domingo paseando a sus hijos tristes. Ahogan el aburrimiento con comida basura y hacen cola junto a parejas de yonquis en pleno viaje. Sus ojos en blanco se cierran, a la vez que tratan de mantener un discusión. Yo me pregunto si no será esa la solución, si no tendrán ellos razón mientras nosotros nos empeñamos en librar una batalla perdida de antemano.
Un pequeño autobús recorre la avenida, sus ocupantes son retrasados mentales mayores de veinte años. Sus ojos parecen mirar en varias direcciones simultáneamente, como si no entendieran lo que ven, o quizás es que lo entienden demasiado bien. Uno de ellos tiene una hoja de papel arrugada metida en la boca. Sobresale como un clavel que hubiese reventado bajo la presión de sus dientes. Sus compañeros se la han metido para dejar de oírle.