jueves, mayo 29, 2008

Mi compañero de viaje saca del bolsillo de su chaqueta un fajo de papeles doblados que despliega con dedos nerviosos sobre la bandeja del asiento.
Grandes tablas rellenas con letra minúscula cubren los papeles, cuyos dobleces están tan marcados en algunos lugares que amenazan con desgajarse. Se diría que lo único que los mantiene unidos es la atracción matemática, la relación que los números de la cuadrícula separatista mantienen con el resto de números de la matriz.
Mi compañero inspecciona los papeles durante unos minutos. A continuación, en la parte trasera de una de las hojas comienza a dibujar, a bolígrafo, con pulso poco firme, una nueva cuadrícula. Garabatea en la cabecera de las columnas pequeños símbolos, que, desde mi asiento y por el rabillo del ojo desviado de las páginas del periódico, no acierto a descifrar. En cada una de las pequeñas y mal dibujadas casillas escribe un número, o una letra, sin aparente lógica. Comienzo a pensar que quizá esté loco, y sea su manera de escapar de la realidad (o quizá de acercarse a ella), pero algo en la decisión de su mirada me convence de que sus acciones tienen una lógica fuera de toda discusión, y quizá, simplemente, yo no esté preparado para entenderla.
La mujer que hay al otro lado del pasillo lee recetas de cocina en una revista de cotilleos. El vaso de coca-cola que tiene delante, tiene en su borde una grasienta mancha de pintalabios de color ocre. De repente tengo nauseas.

lunes, mayo 26, 2008

Nunca he dudado del poder de las palabras. Hay miles de formas de decir lo mismo. Pero dependiendo de las palabras seleccionadas, su efecto será completamente diferente. Una disculpa o una riña pueden realizarse de forma que no parezcan ni lo uno ni lo otro, logrando que el interlocutor (o lector) comprenda lo que se le desea transmitir e influyendo en su estado de ánimo. ¿Hay algo más hermoso que echarle una bronca a alguien de forma que no sólo te de la razón, sino que se muestre de acuerdo contigo?
Pero existe otro poder más oculto. Primigenio. Procedente de los albores del lenguaje. Un poder que las palabras generan por su propio sonido y estructura. El auténtico motivo de la poesía, no es decir las cosas bellas, sino generar respuestas en el ser humano antes por la forma que por el contenido.

Yo tengo dos letanías que me acompañan en los momentos malos. Me ofrecen consuelo y me distraen del problema que me preocupa. La primera es de Cervantes, autor cuyas palabras tienen un poder que no es necesario que explique.

En todo hay cierta, inevitable muerte;
mas yo, ¡milagro nunca visto!, vivo
celoso, ausente, desdeñado y cierto
de las sospechas que me tienen muerto.

Este fragmento de un poema me acompaña ante los absurdos de la vida. Al repetirlo una y otra vez, consigo ubicarme en la frontera entre la realidad y la ficción, que es donde realmente ocurren las cosas que nos afectan.

Mi otra letanía es una adquisición reciente. Breve y en inglés, pero igualmente efectiva.

Ride that wave.

Igualmente válida para conciliar el sueño, aprovechando los pulsos hipnagógicos que fluyen desde los resquicios de nuestra mente de lagarto, que para soportar un viaje en avión con excesivas turbulencias.

Admito proposiciones para otras letanías.