lunes, noviembre 29, 2004

Mumbai, antes llamada Bombay, es la capital comercial de la India, en esta ciudad viven dieciseis millones de personas. Muchas de ellas recorren todos los días decenas de kilómetros para llegar a sus puestos de trabajo. Ese desplazamiento está facilitado por una línea de tren, herencia del imperio británico, que recorre la ciudad de norte a sur (unos 70 kilómetros).
Mumbai, como toda la India, es un crisol de culturas, credos y castas, lo cual plantea ciertos problemas que son resueltos de forma original. Uno de estos problemas es el de la comida.
Los cientos de miles de personas que, en Mumbai, toman el tren todos los días para ir a su trabajo se enfrentan al problema de cómo llevar la comida al trabajo. Salen muy temprano de casa, por lo que a sus mujeres o madres (la India sigue siendo muy tradicional en ese aspecto) no les da tiempo a preparársela, en caso de que diese tiempo, no podrían llevárla al trabajo, ya que resultaría sumamente incómodo acarrearla en un vagón de tren que va atestado hasta el punto de llevar a gente colgada en su exterior (es muy complicado agarrarse a algo llevando una fiambrera en las manos). La solución sería comer en restaurantes, pero esto también plantea ciertos problemas. Las castas, que forman la base de la sociedad hindú, tienen sus propias directrices en cuanto a la comida y su preparación, por lo que es probable que no se encuentre un restaurante apropiado cerca del lugar de trabajo. En caso de que se encuentre, el restaurante puede ser caro o barato. En el primer caso, no resultaría muy rentable comer en él todos los días, en el segundo caso, parece que la higiene de los restaurantes baratos deja bastante que desear, incluso para los estándares de la India.
La solución la dan un grupo de personas llamados dabbawallas, los repartidores de dabbas. Las dabbas son unos recipientes cilíndricos, de metal, con un asa para su transporte y que en su interior albergan tres platos de aluminio o acero inoxidable. En estos platos, las mujeres de la casa preparan la comida una vez que los hombres se han ido. A media mañana, un dabbawalla pasa por la casa y recoge el recipiente. Cada dabbawalla cubre unos veinte kilómetros cuadrados de ciudad, y recoge entre treinta y sesenta dabbas, que transporta por medios rudimentarios: carretillas, bandejas apoyadas sobre la cabeza o mochilas por las atestadas calles de la ciudad. La carga llega a pesar ochenta kilos. Una vez realizada la ronda de recogida, el dabbawalla va a la estación de tren de su distrito, donde se encuentra con otros de sus colegas. En ese momento comienza un intercambio vertiginoso de recipientes, pues cada dabbawalla tiene asignada una zona de entrega y debe obtener los recipientes que van destinados a su zona. El intercambio se realiza en cada estación por la que va pasando el tren. Cada dabba, en el viaje hasta su destino, cambia, como poco, cuatro veces de manos. La forma que los dabbawalla tienen de saber el origen y el destino de cada dabba, es un código jeroglífico que cada recipiente tiene pintado en su tapa. Lo más curioso es que los dabbawalla son analfabetos, y no utilizan ningún sistema de anotación, registro o guía. Así todo, los 3000 pertenecientes al gremio, reparten cada día 400000 comidas con un porcentaje de error ínfimo. Y la cosa no queda ahí, sino que cuando termina la hora de la comida, las dabbas realizan el recorrido inverso para llegar a su punto de destino y estar preparadas al día siguiente para realizar otra vez su viaje.
El gremio de los dabbawalla tiene más de cien años, y supone el medio de vida de un buen número de familias, están organizados con planes de pensiones, seguros médicos y demás facilidades que tendría cualquier empresa occidental. Las mismas empresas que estudian los procedimientos de los dabbawalla intentando comprender cómo han podido alcanzar una eficiencia tan grande en el campo de la gestión de recursos con unos métodos tan rudimentarios.
Y es que el ser humano es una máquina maravillosa, aunque muchos de nuestros congéneres se empeñen una y otra vez en demostrar que eso no es cierto.