lunes, mayo 28, 2007

Estamos solos. Todos estamos solos.

Virginia vive sola en un mundo en el que nadie puede acompañarla. Ese mundo es suyo, sólo suyo, y es su responsabilidad que exista y siga girando.

Laura está sola ante el vacío que hay tras su vida perfecta; un marido que la venera y un hijo que la adora.

Clarissa sabe que está sola, ante un lejano pasado en el que su vida alcanzó el máximo esplendor. Le avergüenza que los demás lo sepan, así que intenta ocultarlo manteniéndose ocupada. Siendo la anfitriona perfecta, aparentando una seguridad en si misma de la que se ve despojada en cuanto la habitación queda vacía.

Las tres mujeres tienen en común la soledad, y el estar rodeadas de seres que las quieren y que a su vez también están solos. En los momentos en los que las soledades de dos seres se solapan, se abre un vacío oscuro al que ambos se asoman y por un momento se dan cuenta que todavía hay esperanza, que hay otros como ellos, aunque ese momento de luz es breve y vuelve a ser absorbido por las tinieblas de la soledad.

Leonard lo ha dejado todo para cuidar a su esposa, le ha creado una vida a su medida en la que ella pueda construir el mundo que la haga feliz, que la permita olvidar los motivos de su desgracia y por fin convertirse en el ser maravilloso que debía haber sido.

Kitty resplandece con el fulgor de las joyas y las fiestas en el club de campo, con su marido triunfador y la perfección de su vida. Pero una mancha, pequeña al principio, oscurece poco a poco su felicidad. Cuando el motivo de su desgracia aparece, lo hace bruscamente, sin opciones. Es en ese momento cuando su vecina, Laura, ve que Kitty no es tan diferente, que ambas comparten mucho más de lo que pensaba. De hecho, Laura tiene algo que Kitty no tiene: el control de su destino.

Richard hubiese abandonado hacía mucho tiempo el mundo que le fue arrebatado a una edad en la que nada podía hacer. Treinta años después recuerda el mejor momento de su vida, aquel que hizo gris todo lo que vino después, un momento que trató de conservar durante toda su vida. Un momento compartido con Clarissa, y que sirvió a ésta de excusa para cuidarle y convertirle en el centro de su vida, aunque fuese una vida separados por sus propias soledades.

Estamos solos cuando decidimos terminar el juego en el que sólo se puede perder. Seguimos solos cuando nuestros compañeros deciden irse.

“Alguien tiene que morir para que los demás apreciemos la vida”

Porque como dice Clarissa: “Es lo que hace todo el mundo; seguir vivos para los demás”