lunes, mayo 26, 2008

Nunca he dudado del poder de las palabras. Hay miles de formas de decir lo mismo. Pero dependiendo de las palabras seleccionadas, su efecto será completamente diferente. Una disculpa o una riña pueden realizarse de forma que no parezcan ni lo uno ni lo otro, logrando que el interlocutor (o lector) comprenda lo que se le desea transmitir e influyendo en su estado de ánimo. ¿Hay algo más hermoso que echarle una bronca a alguien de forma que no sólo te de la razón, sino que se muestre de acuerdo contigo?
Pero existe otro poder más oculto. Primigenio. Procedente de los albores del lenguaje. Un poder que las palabras generan por su propio sonido y estructura. El auténtico motivo de la poesía, no es decir las cosas bellas, sino generar respuestas en el ser humano antes por la forma que por el contenido.

Yo tengo dos letanías que me acompañan en los momentos malos. Me ofrecen consuelo y me distraen del problema que me preocupa. La primera es de Cervantes, autor cuyas palabras tienen un poder que no es necesario que explique.

En todo hay cierta, inevitable muerte;
mas yo, ¡milagro nunca visto!, vivo
celoso, ausente, desdeñado y cierto
de las sospechas que me tienen muerto.

Este fragmento de un poema me acompaña ante los absurdos de la vida. Al repetirlo una y otra vez, consigo ubicarme en la frontera entre la realidad y la ficción, que es donde realmente ocurren las cosas que nos afectan.

Mi otra letanía es una adquisición reciente. Breve y en inglés, pero igualmente efectiva.

Ride that wave.

Igualmente válida para conciliar el sueño, aprovechando los pulsos hipnagógicos que fluyen desde los resquicios de nuestra mente de lagarto, que para soportar un viaje en avión con excesivas turbulencias.

Admito proposiciones para otras letanías.