sábado, marzo 19, 2005

El cuatro de enero de 2005, a las 23:37, Francisco Javier Gómez-Avila Felgueroso, sentado en su sofá, la mirada fija en el televisor, se preguntaba qué estaba haciendo. Pese a lo que pudiera parecer a primera vista, el objeto de su pregunta no era la ocupación a la que se dedicaba en aquel momento, ni siquiera se refería al programa que estaba viendo. Esto último, era debido a que en realidad no estaba viendo nada. Alguien que no conociera a Francisco Javier hubiese podido pensar que se trataba de un físico empírico tratando de observar el haz de electrones emitido por el tubo catódico de su televisor Sony Triniton, que pese a ser un aparato condenadamente pesado, como había podido comprobar cuando tuvo que subirlo a su coche para llevárselo de vacaciones, seguía viéndose como el primer día. De cualquier manera, la calidad de la imagen no era algo que en aquel momento preocupara a Francisco Javier, al contrario de lo que sucediera en el año noventa cuando compró aquel televisor, por ser el mejor del mercado, para ver el mundia de Italia.
Lo que en realidad preocupaba a Francisco Javier era qué estaba haciendo con su vida.
Un cigarrillo se consumía entre sus dedos índice y anular, mientras la ceniza formaba una pequeña cordillera en el brazo del sofá.
-¿Si la vida fuese un cigarrillo?, qué serían las cenizas --Se preguntaba Francisco Javier sin apartar la mirada de la pantalla.
-Porque la colilla está claro lo que es --Continuaba reflexionando. --La colilla son los restos de lo que una vez fuera un prometedor especimen. Igual que yo lo fui una vez.
-¿Qué he hecho? ¿Cómo he llegado a esta situación? ¿Qué hago perdiendo la vida, consumiendo mi tiempo delante de este televisor?
Ante Francisco Javier se abrió un abismo de vacío, un agujero negro en el que irremediablemente se caería.
Y se cayó.