martes, agosto 03, 2004

He vuelto a ir al gimnasio. A mi, con los gimnasios, me pasa como a mucha gente con las clases de inglés: volvemos una y otra vez a lo largo de la vida, pero nunca llegamos a "hablar el idioma".
La verdad es que después de un mes de excesos, mi organismo necesitaba realizar alguna actividad aparte de estar tumbado y comer...
Es curioso como cambian las sensaciones físicas a lo largo de los años. La primera vez que fuí a un gimnasio me desmayé. El monitor me puso a practicar sentadilla (sin peso, sólo con la barra) y a la segunda repetición caí redondo al suelo. Lo siguiente que recuerdo es que me estaban dando una barrita de chocolate y una bebida energética. Después me enteré de que había que desayunar (bien) antes de hacer ejercicio. Nunca más me he vuelto a desmayar (en un gimnasio, se entiende). La cuestión es que en aquel momento (tenía 16 o 17 años), no me preocupó en absoluto el desmayo y cogí la forma enseguida.
Sin embargo, ayer, mientras hacía una carrera de calentamiento, me preocupé porque pensé que me estaba dando un infarto. ¡Qué desagradable resulta querer respirar profundamente y no poder aspirar más que una pequeña bocanada de aire! Me daba la impresión de tener la capacidad pulmonar de un niño de tres años (y el cuerpo maltratado de un adulto en la treintena).
De verdad, tenía que ser de risa. Allí estaba yo, en medio del circuito. Con la baba cayéndome de la boca, una mano en el corazón e intentando controlar mi respiración. Creo que incluso me tomé el pulso (como si me sirviese de algo, o supiese lo que estaba haciendo). Afortunadamente estaba empezando a llover y no me vió demasiada gente. Que ridículo es intentar caminar erguido y con la respiración tranquila cuando tu cuerpo está al borde de un colapso. Me dirigí a la fuente y descubrí que no podía beber sin terminar de ahogarme. Creo que la gente que estaba por allí, si yo no hubiese estado vestido de deporte, habría pensado que era un toxicómano (aunque pensándolo bien, la mayoría de los toxicómanos que sólo visten ropa deportiva).
Finalmente, recopilé los trocitos de mi escasa dignidad y puede hacer una sesión de gimnasio más o menos decente.
Hoy me duele todo (más de lo normal). Os aseguro que tengo intenciones de volver al gimnasio, pero cuando llego al vestuario, es como si hubiese dentro de mi un Mr. Hyde que odia el olor a linimento y se niega a entrar.