jueves, diciembre 02, 2004

Orión, el cazador, es una de las constelaciones más fácilmente identificables del firmamento. Su característico cinturón y sus brillantes estrellas la convierten en un punto de referencia desde cualquier lugar de La Tierra.
Hace unos días, gracias a una noche especialmente despejada y pese a la luna llena y las luces de la ciudad, pude disfrutar de una hermosa vista de Orión y sus estrellas vecinas en el trocito de cielo que se ve desde mi ventana. El hombro derecho del cazador (hay que tener en cuenta que en el hemisferio sur la figura estaría cabeza abajo) es la estrella Betelgeuse, fácilmente distinguible por su brillo rojizo. Si extendemos el cinturón mediante una línea recta hacia el lado de Betelgeuse, nos encontraremos con Sirio, la estrella más brillante del cielo. Sirio forma parte de la constelación Can Mayor, que según la explicación de Ptolomeo es uno de los dos perros que siguen al cazador.
El otro día, Sirio brillaba de una manera tan hermosa que mirarla causaba dolor en el corazón. Sus tonalidades iban desde el verde al blanco azulado y se asemejaba a un diamante iluminado por un foco halógeno.
Me encanta mirar las estrellas. Adoro sentirme insignificante, y que todos mis problemas desaparezcan entre la inmensidad de luces antiguas.
Hubo una época en que mirar el cielo era una parte muy importante de la vida, pero actualmente casi lo hemos olvidado. Observar el cielo nocturno desde una gran ciudad es prácticamente imposible, lo cual obliga a los aficionados a desplazarse a lugares alejados de la civilización. Hace unos meses, un grupo de astrónomos realizó una petición ante la UNESCO para declarar el cielo como Patrimonio de la Humanidad, con el fin de paliar la contaminación lumínica de las grandes ciudades, la cual contribuye a alejarnos poco a poco de nuestro pasado.
Se que el futuro consiste precisamente en eso, en alejarnos del pasado, pero... ¿no parece evidente que nuestro futuro tendrá mucho que ver con las estrellas?