viernes, octubre 28, 2005

Digan lo que digan en algunos estados de EEUU la Teoría de la evolución de Darwin es algo más que una simple teoría. Como poco, es una explicación plausible y elegante para la diversidad que muestran las formas de vida sobre la Tierra.
Los principales problemas que ha tenido este polémico principio (voy a permitirme, durante la escritura de este post, ascender de rango al trabajo de Sir Charles), probablemente hayan sido su extrema lentitud y la civilización humana.
Su lentitud ha impedido realizar demostraciones empíricas de los efectos de la evolución a través de la selección natural, ya que ésta sólo muestra sus resultados a lo largo de periodos humanamente inmanejables. Aunque invención de los sistemas de computación automáticos ha permitido realizar simulaciones y desarrollar técnicas que verifican los mecanismos de la evolución, esta evolución sintética sigue sin convencer a los partidarios del "diseño inteligente" entre los que por cierto, se cuenta George Walker Bush.

Por otra parte, la civilización ha conseguido paralizar gran parte de la selección natural, mecanismo principal de la evolución, en la especie humana. Lo cual resulta bastante agradable, ya que en la mayor parte de los casos, no tenemos que luchar con fieras salvajes para conservar nuestra vida o morir de enfermedades para asegurarnos que en la próxima generación sólo queden los más aptos. La ralentización de la evolución y su difícil demostración dan a los creacionistas un firme punto de apoyo.

Pese a todo, la teoría de la evolución es una idea tan buena que sigue siendo de aplicación válida en multitud de escenarios insospechados.
En la naturaleza, la información manejada para la evolución de organismos biológicos reside en los famosos genes. Simplificando, los genes no son más que moléculas, que organizadas de una forma determinada, son capaces de codificar información que será utilizada por un organismo a lo largo de su vida. La información contenida en los genes de un organismo, definirá entre otras cosas, cual será su apariencia física, cómo obtendrá energía mediante reacciones químicas y de qué mecanismos estará dotado para interactuar con su entorno. En definitiva, todo lo que el organismo no haya obtenido mediante su experiencia y aprendizaje estará codificado en los genes.
Cada vez sabemos más acerca de la función de los genes, pero ¿cuál es su propósito?. Esta pregunta podría ser reelaborada como una de las preguntas más formuladas a lo largo de la historia de la humanidad: ¿Cuál es el propósito de la vida?

Los Creacionistas, detractores de Darwin por excelencia, por supuesto tienen su respuesta, pero no es la única opinión válida sobre este trascendental asunto. En el otro lado de la mesa se sitúan los seguidores de la Revolución de Williams, teoría popularizada por el etólogo Richard Dawkins en su polémica obra "El gen egoista". La Revolución de Williams ofrece un nuevo punto de vista de la evolución biológica, centrándose en la importancia de los genes por si mismos. Es decir, postula que el sentido de la existencia de cualquier forma de vida, es, simplemente, asegurar la pervivencia de sus genes. Lo cual convierte a cualquier ser vivo en un mero vehículo-armadura-lanzadera destinado a propagar y proteger la existencia de unas complicadas moléculas.
Es una teoría bastante deprimente, pero da que pensar...

(continuará...)