Según la Organización Mundial de la Salud, el suicidio se ha convertido en la principal causa de muerte de personas entre 15 y 34 años en todos los paises del mundo.
Da que pensar.
Un millón de personas se suicidaron en el año 2000 (año de la estadística de la OMS), y treinta millones pensaron en hacerlo. Esta macabra estadística, hace que el Descontento (con mayúscula), que al fin y al cabo es lo que impulsa a una persona a quitarse la vida, se convierta en uno de los sentimientos más característicos del ser humano. Nada de la racionalidad ni el amor, es el Descontento lo que nos hace humanos. Es cierto que algunos animales también se suicidan, o al menos esa es la impresión que da. Pero, a falta de una estadística de la OMS al respecto, mucho me temo que la proporción de suicidios entre otros mamíferos sea ridícula comparada con la de la especie humana.
Las tasas de suicidio son inquietantemente similares a lo largo y ancho del planeta, lo cual me lleva a pensar en los motivos que causan el Descontento.
Hablando en términos relativos, el grado de Descontento que alcanza un suicida del tercer mundo, ha de ser similar al de un suicida del mundo desarrollado.
Es decir, la angustia que siente un habitante de Ruanda, al ver cómo su familia ha sido torturada y asesinada ante sus ojos, quitándole el único motivo que tenía para seguir viviendo, es similar al de un ejecutivo de una multinacional europea, que ve cómo la bolsa le ha llevado a la ruina. Evidentemente, desde un punto de vista neutral y objetivo, el grado de Descontento absoluto del africano es enormemente mayor que el del europeo, pero ambas personas encuentran motivos suficientes para quitarse la vida.
¿Por qué?
Simplemente, porque cada uno de ellos no concibe el mundo del otro. Para el africano, la pérdida de bienes materiales es algo tan inconcebible (por remoto), como la tortura y el genocidio para el europeo.
Pero el auténtico problema del suicidio no está en estos casos, suficientemente justificados, sino en el suicidio sin motivación aparente, en el Descontento sin causa, con el único fin de terminar con la vida sin que sea necesario un motivo.
Quizá sea este el auténtico rasgo característico de la inteligencia. La comprensión de que la vida no es más que un absurdo singular en un universo que jamás alcanzaremos a comprender.
lunes, octubre 03, 2005
Publicado por Poncho a las 01:17