jueves, abril 28, 2005

Recuerdo la sorpresa que llevé al enterarme de que en el resto del mundo no era normal comer pipas de girasol. Fue en mi primer viaje a Francia, con mis padres. Un compañero del colegio me había pedido que le trajera una bolsa de pipas, pues en aquella época, casi todos los niños éramos ávidos devoradores de estas semillas. Además, si nuestros mayores hablaban con emoción acerca de los vinos y quesos de aquel país, por qué no íbamos nosotros a catar las variedades extranjeras de pipas.
Sentí una gran desilusión y extrañeza al enterarme de que uno de nuestros pasatiempos favoritos se consideraba una excentricidad fuera de España. La cuestión es que aquí, la mayor parte de la gente ni se lo plantea, por eso nos parece perfectamente normal que el agente del FBI Fox Mulder se distraiga comiendo pipas, cosa que en EEUU, aparte de él, sólo hacen hamsters, loros y, probablemente el gerbo de Richard Gere. Lo de Mulder es aún más divertido porque su otro rasgo asocial es ver películas porno, reconocedlo, otro de los pasatiempos patrios favoritos (aunque yo nunca lo hago).
Casi cualquier español podría escribir una tesis doctoral sobre las pipas. Sus diferentes variedades, formas de comerlas, etc...
En aquella época, cuando era consumidor asiduo, el mercado estaba repartido entre dos marcas principales: Arias y Churruca.
Las Arias eran alargadas, con poca sal y muy uniformes en aspecto. Algunas de las pipas carecían casi completamente de manchas, lo que les daba un aspecto extraño. La otra marca, pipas Churruca, era la favorita de los niños. Las pipas eran redondeadas, con cáscara oscura y mucha, muchísima sal. Era normal encontrar pegotes de sal y pipas que se metían en la boca hasta deshacerlos. Las pipas Churruca, nunca supe por qué, también solían incluir pequeños palos de madera, que al ser mordidos tenían un sabor entre rancio y tostado.
Arias y Churruca eran las marcas más conocidas, de hecho, creo que Churruca sigue existiendo. Pero también había otras, por ejemplo las que se compraban en los bares de pueblo o las de mercadillo a granel. De las primeras, recuerdo las pipas Facundo, de slogan surrealista. Venían presentadas en bolsa pequeña, ilustrada a colores con un toro recién matado y un orgulloso torero infantil. Una viñeta impresa decía: "Y el toro dijo al morir: Siento dejar este mundo sin probar pipas Facundo".

Las pipas venían presentadas en bolsas de plástico, no esa especie de papel plastificado que hay ahora. Y por supuesto, no venían al vacío. Se abrían de un mordisco y era costumbre repartir puñados entre los amigos. Costaban 10, 15 o 25 pesetas. Siendo las bolsas de 15 el tamaño más adecuado para los trayectos de autobús escolar, que era el lugar favorito para comer pipas. Por supuesto, esto no hacía demasiada gracia a los conductores, lo cual, unido al hecho de que en aquella época el guantazo preventivo era una práctica común y aceptada, nos hacía aguzar el ingenio para comer pipas y no manchar con las cáscaras. Algunos, los menos, las tiraban por la ventana, otros hacían pequeños ceniceros con hojas de papel o simplemente se guardaban las cáscaras en los bolsos. Los más avanzados las comían metiéndose las pipas enteras en la boca y almacenando las cáscaras en un carrillo, cual abazón de hamster, con el fin de escupirlas, una vez fuera del vehículo. Por último, había quien se las comía con cáscara (!) Yo personalmente, siempre fui incapaz de utilizar los dos últimos sistemas. Yo era de los de la hojita de papel.

Hay dos técnicas básicas para comer pipas. La primera es meterse la pipa entera en la boca, partirla con los molares, comerse el grano y escupir la cáscara. Es como lo hacen los niños, y funciona, pero es lento, poco estético y... disperso. Ya que gran parte de la gracia del asunto es crear montoncitos de cáscaras. La segunda técnica consiste en tomar la pipa entre los dedos índice y pulgar, morderla con los incisivos y con un hábil movimiento de lengua extraer el grano. A continuación, con un movimiento despectivo, se tiran las cáscaras, o bien se amontonan en un lugar adecuado. Esta técnica tiene la ventaja de ser muy rápida (hay auténticos virtuosos), lo cual te beneficia si estás compartiendo con otras personas.
Hay variaciones, por ejemplo existe gente que pela las pipas con sumo cuidado y va amontonando los granos hasta tener una cantidad suficiente que se mete de golpe en la boca. Supongo que por este tipo de gente se inventó la aberración de las pipas peladas, las cuales, para mi gusto, no tienen ninguna gracia.

La cuestión es que a día de hoy, después de casi tres décadas comiendo pipas, no se por qué lo hacemos. Desde luego no es por su sabor, extrañamente indefinible. ¿Será porque entretiene? ¿por qué lo hace todo el mundo? No lo se.



PS: Vivir para ver. Ver para creer. Las pipas Facundo tienen web