miércoles, noviembre 16, 2005

Somos bombardeados constantemente y por todos los frentes, con mensajes que nos recuerdan lo que estamos haciendo mal y cómo deberíamos solucionarlo:

-Come frutas y verduras.
-No fumes.
-Bebe con moderación.
-Paga tus impuestos.
-Vota.
-Ejercita tu mente.
-Haz deporte.

Es una especie de complot, probablemente destinado a perpetuar el descontento del individuo en una sociedad cada día más exigente. Y a fe que lo consiguen. Hagas lo que hagas.
Nunca he sido deportista, y siempre he tenido el cargo de conciencia de que debería cuidarme un poco más y tratar de hacer ejercicio. A temporadas lo he conseguido: un poco de gimnasio, correr, tenis...
La semana pasada tuve el reconocimiento médico anual de la empresa. Y cuando me preguntaron con qué frecuencia hacía ejercicio, contesté orgulloso, por primera vez desde que hago esos reconocimientos, que iba dos veces por semana al gimnasio y a jugar al tenis. Era verdad. Había retomado mis cursos de tenis en septiembre y lo estaba haciendo bastante bien, incluso había notado que mi revés a dos manos estaba mejorando.
Ayer fui a la última clase de mi vida.
Había estado en el gimnasio, habíamos hecho las series de ejercicios y estábamos jugando el segundo partidillo cuando sentí como si me hubiesen dado un fuerte pelotazo en un gemelo. Me caí al suelo.
Diagnóstico: Rotura fibrilar. De dos a tres semanas de cojera. Al menos un mes hasta la recuperación completa. Y un cabreo de mil pares de narices.

Me he borrado del cursillo y probablemente empiece a fumar.