martes, junio 15, 2004

Como se puede apreciar por la fecha del último post, llevo unos días poco inspirado. Parte de la culpa la tiene la enorme cantidad de trabajo que estoy teniendo y que me espera las próximas dos semanas antes de que me quede de vacaciones. Aunque, el que me quede de vacaciones, habrá que verlo, tengo el desagrable presentimiento de que va a suceder algo...
Hoy llevo nueve horas casi ininterrumpidas de pantalla, pero todavía voy a estar unos minutos más. El tiempo justo de contar un momento de extraña violencia urbana que viví ayer.
Tiene que ver con las personas cuyo trabajo consiste en tratar de vender cosas puerta a puerta. Me parece uno de los trabajos más ingratos que existen y no tengo nada contra estas personas (de hecho, algunos de mis amigos se ganan la vida así), pero como para todo, hay que servir.
Situación: Ayer, 20:30 , mi casa, p acaba de dormirse después de un duro día en la piscina. Llaman a la puerta. K y k ladran como si fuesen mastines de los Pirineos. P mira por la mirilla y me dice:
-Abre tu.
Yo tengo la costumbre de no abrir nunca la puerta, de hecho la mayor parte de las veces ni siquiera contesto cuando llaman al timbre.
-Pero... ¿por qué? - pregunto
-Porque saben que estamos aquí.
-¿y qué más da? - replico
-Abre, por favor. - me dice P haciendo un mohín. P es de esas (raras) personas a las que le importa la gente. Yo no. Pero casi siempre hago lo que ella me dice. Así que abrí la puerta.

Una pareja. El con un traje impecable empieza a hablar nada más abrir. A ella no podría describirla, porque clavé mis ojos en su compañero intentando transmitirle telepáticamente que no pienso comprar nada.

El empieza su discurso agradeciéndome que haya abierto y que no va a tratar de venderme nada (Dios mio, tengo poderes...)
Tras una breve presentación me dice que representa a una importante firma de tarjetas de crédito (piensa en una, tendrás 50% de probabilidad de acertar) y que está ahí para ofrecernos una posibilidad única:
-¿Hay en la casa personas trabajadoras de más de 25 años?
-Si. - Contesto. Tratando de adoptar un tono neutro y desinteresado.

Antes, siempre trataba de explicarles que no perdiesen su tiempo conmigo y que lo intentasen con mi vecino. Pero me he dado cuenta de que es inútil. Su trabajo es perder el tiempo con posibles clientes. Además, mientras el tipo hablaba, mi vecino salió de su piso y bajó corriendo por la escalera, no sin antes dedicarme una sonrisa de satisfacción: esta vez te han pillado

-Pues pueden optar a una promoción única en la que no les cobraremos gastos de mantenimiento, ni...
-Mi banco no me cobra gastos de mantenimiento. - Le atajé. En su momento fue cierto, pero ahora creo que pago por mis tarjetas.
-Pues pertenece usted a un afortunado 3%, de cualquier manera, si me da sus datos, le incluiremos en nuestra lista de distribución de correo para que puedan acceder a las condiciones de esta fabulosa oferta...

Alarma, alarma. Todo este rollo para obtener los datos de incautos futuros pertenecientes a bases de datos que servirán para enriquecer a empresas dedicadas al marketing.

-Claro, que..., esta oferta sólo es para personas que tengan un contrato fijo. ¿Es usted uno de ellos?
-Prefiero no dar esa información. -Estoy bastante concienciado acerca de la privacidad de los datos personales. De hecho soy bastante paranóico acerca de esto.
-Ya veo. ¿Usted tiene televisión?

mmmmm, interesante cambio de tercio...

-Nunca veo la televisión.
-Ya, pero supongo que tiene televisión.
-Reconozco que si. -Debería plantearme el tirar la televisón, pero entonces, ¿dónde le pondríamos a p esas películas que suponen 90 minutos de tranquilidad para sus padres?
-Seguro que su televisión ya no es en blanco y negro, pues lo mismo debería hacer con su tarjeta...
-No se si mi televisión es en blanco y negro, porque, como ya le he dicho, nunca la veo.
-Bueno, si usted me diera sus datos, yo le incluiría...
-Ya le he dicho que no pienso darle esa información.
-Que tenga un buen día.

Media vuelta y rápido hacia la escalera mascullando maldiciones.
Cuando se fue, me sentí bastante mal. ¿había sido demasiado borde?, quizás lo de la televisión sobraba, pero no me pude resistir. De todas formas, me hubiese sentido mucho peor si se hubiese despedido con una sonrisa y una disculpa.

Al menos este no me insultó como hizo el del Círculo de Lectores...