lunes, junio 21, 2004

El destino premia a los descuidados.
Me explico.
Normalmente, viajar me pone bastante nervioso. Más aun si es en avión. Cuando tengo que volar planifico cuidadosamente los desplazamientos hasta y desde el aeropuerto con abundantes márgenes de tiempo para imprevistos.
Pero ayer me equivoqué, y salí de casa a la hora que debería haber llegado al aeropuerto. El trayecto dura una media hora, y durante el camino me di cuenta de que no llegaría a tiempo. Ya lo daba por perdido, incluso tenía medio desarrollado el plan B. Llegué al aeropuerto justo cuando anunciaban el embarque de mi vuelo. Al ver las colas que había en facturación lo di finalmente por perdido... hasta que mi visión marginal captó a una auxiliar del personal de tierra que le preguntaba a un chico de tres filas más allá si iba para Madrid. El chico dijo que si.
-Pués sígame. - dijo ella.
Así que yo también me uní a ellos. Nos pasaron a una ventanilla lejos de la facturación donde nos dieron la tarjeta de embarque y mucha prisa. Eché a correr hacia la puerta, me colé por el control de equipajes y logré subir al avión a tiempo. Cansado pero a tiempo.
Cuál fue mi sorpresa cuando al mirar qué asiento tenía asignado, vi que me sentaba en clase Business...
O sea, ¿llego tarde, no espero colas y me siento en Business?

Si es lo que yo digo. Ser bueno no lleva a ningún lado...