viernes, diciembre 19, 2003

La locura acecha en el interior de todos los seres humanos, esperando pacientemente, que la cordura le deje un resquicio por el que colarse, y así mostrar al resto del mundo sus efectos, muchas veces devastadores.
La mayor parte de las veces, la locura no consigue su proposito o se limita a ofrecer leves destellos de lo que podría llegar a hacer. Algunas veces los destellos son de genialidad, pues la línea que forma la frontera de la razón es delgada y discontinua. Otras veces son breves, pero de una intensidad tal que provocan en el portador reacciones definitivas que pueden llegar a acabar con su vida o la de otros.
En ocasiones, la locura se abre camino hasta la superficie y afianza su posición, dotando al portador de un comportamiento inadecuado que será su tarjeta de visita en la sociedad.
No deja de ser curioso que vivimos en una sociedad en que la única persona que puede asegurar que no está loco es quien tiene un certificado de alta del manicomio.
Quien más y quien menos, en uno u otro grado, tiene antecedentes familiares de locura. Nadie está libre de sufrir ataques de locura, de enloquecer, y no hay nada que podamos hacer para evitarlo.
Enloquecer es una enorme desgracia y una de las perspectivas más aterradoras que se me ocurren. Un día eres una persona, y al día siguiente te has convertido en otra completamente diferente, sin que te hayas dado cuenta. No entiendes qué es lo que le pasa al mundo, por qué los demás se comportan de esa extraña forma, si tu no has hecho nada para provocarlo...
Tiene que ser horrible tener breves momentos de lucidez en los que darse cuenta de lo que está sucediendo. Puedes ser afortunado y que uno de esos momentos dure lo suficiente para permitirte acabar con tu vida. Aunque también es posible que la mente resista y adopte la locura como una forma adecuada de existencia.
Leopoldo María Panero, el poeta maldito, es uno de esos seres. Las entrevistas que concede desde el manicomio de turno, llegan a ser desesperantes, entre pesi-colas, cartones de tabaco y visitas al cuarto de baño. Su conversación es casi siempre incoherente, pero ofrece destellos de genialidad que adorna con multitud de citas eruditas que dejan ver el poder intelectual que se oculta detrás de su mirada tormentosa.
Actualmente, Leopoldo está en el psiquiátrico de Gran Canaria, pero el presume de, en los últimos 30 años, haber conocido todos los psiquiátricos de España.
Si pudiera elegir mi tipo de locura, se cual sería, pero no lo voy a contar aquí :)

Un loco tocado de la maldición del cielo
canta humillado en una esquina
sus canciones hablan de ángeles y cosas
que cuestan la vida al ojo humano
la vida se pudre a sus pies como una rosa
y ya cerca de la tumba, pasa junto a él
una princesa.
L.M.Panero