jueves, septiembre 02, 2004

Cuando lees de forma asidua un blog, puedes llegar a conocer bastante bien al personaje que lo escribe. Fijaros que digo personaje y no persona, ya que lo que aparece en el blog es estrictamente lo que esa persona quiere que sepamos de ella. Nadie nos asegura que lo que estamos leyendo sea real, por lo tanto, creo que la forma más sana de entrar en el blogworld es asumir que todos sus habitantes son personajes. Algunos serán más de ficción que otros, pero qué más da. En realidad, en la vida real, todos somos personajes de nosotros mismos. Pocos somos como realmente nos gustaría ser.
De mis personajes favoritos, el que más me gustaría ser es el de Juan Diego de El tatuaje falso
es el único al que envidio la gran mayoría de sus posts. Me enrabieta que no se me hayan ocurrido a mi antes. Me encantaría conocerle porque estoy seguro de que nos divertiríamos hablando y compartiendo nuestros puntos de vista de un montón de experiencias que he descubierto (a través de su blog) que tenemos en común.

En su post del 30 de agosto, Juan Diego recuerda los programas de televisión que veía a través de la parabólica en casa de sus padres. Mientras lo leía me he visto a mi mismo, con quince años viendo aquellos canales que parecían hipersofisticados comparados con las dos tristes cadenas que había en España en aquella época.
Veía la MTV. Era la época de Beavis & Butthead, el Sledgehammer de Peter Gabriel, Luca de Suzanne Vega y el Sign O' the Times de Prince cuando todavía se llamaba así.
También veíamos esa gran emisora que tanto ha hecho para extender el castellano por el mundo: Galavisión. Emitía programas que parecían hechos hacía veinte años. Hoy, casi veinte años después, los programas de Galavisión siguen pareciendo haber sido hechos hace cuarenta años.
Había un canal francés TV5, en el que jamás conseguí ver nada durante más de cinco minutos seguidos, aparte de un concurso surrealista en el que un equipo de atléticos participantes recorría un castillo poblado por enanos mientras intentaban superar pruebas que les llevarían a encontrar un tesoro.
Hablando de surrealismo, no me puedo olvidar del canal RTL. Una emisora privada alemana que de vez en cuando ponía películas de Russ Meyer. El argumento de sus películas es... mujeres de enormes pechos y... mujeres de pechos enormes. Es decir, todo lo que un adolescente busca en una película.



Aunque lo mejor de aquel canal era un concurso llamado Tutti Frutti en el que un hombre y una mujer acumulaban puntos de acuerdo a unas reglas inexplicables en busca de un premio que nunca conseguí conocer. La cuestión es que daba igual cuál fuese el juego: ruleta, dados, cartas... siempre terminaba con algún concursante o una de las azafatas del programa, las chicas cin-cin (chin-chin en español) desnudándose. Era divertidísimo, porque las azafatas estaban muy buenas y en España descubrimos que Alemania no nos llevaba demasiado adelanto en el tema ropa interior.
Algunas de las chicas eran conocidas como eurogirls, representaban a un país de la Europa de entonces y tenían valor (en puntos) especial. Ahora que lo pienso, es probable que mi desconocimiento de la mecánica del concurso tuviese que ver con que mi atención estaba ocupada en otras partes de la pantalla.


Algunas de las chicas chin-chin


Aunque mi favorita era Amy


Evidentemente!

La pena es que Amy se hizo tan popular, que pronto la ascendieron a copresentadora y dejó de despelotarse, pero yo seguía vitoreándola fielmente cada vez que cantaba la puntuación de los concursantes.

Por qué será que no me sorprendí cuando me enteré de que el concurso era un invento italiano. Tampoco me impresionó demasiado cuando, durante la primera época de Tele 5, se hizo la versión española, con el ingenioso título de "Ay, qué calor!" y presentada por Jesús Cantero y Eva Pedraza. Mis amigos alucinaban con tantos centímetros cuadrados de piel por pantalla, pero yo ya estaba inmunizado y seguí prefiriendo la versión en alemán.
Qué se le va a hacer, siempre he sido bastante snob.