sábado, septiembre 13, 2003

Todas las mañanas, de camino al trabajo paso por delante de una cafetería en la que dos hombres en mitad de los treinta y bien alimentados, (ya sabeis lo que quiero decir, con el aspecto que yo también voy a acabar teniendo por mucho que me disguste) escriben furiosamente en sus agendas (también sobrealimentadas) con ese rictus de seriedad de quien tiene que aparentar lo mucho que le interesa algo que aborrece. Estoy casi seguro de que son agentes comerciales (creo que antes los llamaban viajantes, que era mucho más preciso), tengo alguno de estos en mi familia y acabas distinguiéndolos. Puede que sea la ropa, sus corbatas o los maletines, no lo se, pero hay algo inequívoco en ellos.

Los veía día tras día, siempre en la misma actitud, sin mirarse a la cara y escribiendo. Hasta que un día, uno de ellos faltó. Llamémosle Hans. Su compañero (le llamaremos Franz) seguía escribiendo en la agenda, pero con menos furia, con desgana, prestándole más atención a su café con croissant que a sus citas del día. Los dos días siguientes también le ví. Solo, pensativo, ya no escribía, sorbiendo su café con la mirada clavada en la pared. Al tercer día Franz volvía a tener un compañero sentado frente a él, esta vez era una chica, (bien alimentada, claro) no guapa pero si atractiva, con una sonrisa agradable y contagiosa que chocaba con la forzada actitud profesional de Franz que volvía a escribir con furia en su agenda. Durante los días siguientes, Franz volvió a cambiar de actitud, poco a poco se fue relajando, dejando a un lado su agenda y escuchando las simpáticas historias de su compañera. Podemos llamarla Greta. La simpatía de Greta se contagió a Franz que comenzó a contar sus propias historias. El viernes ambos reían. Me alegré por Franz.

El fin de semana pasó. Una vez más, el lunes llegó como el mensajero favorito de la rutina. Aquella mañana los tres se sentaban en la mesa de la cafetería. Franz volvía a estar serio, tenía a un sonriente Hans sentado junto a él mientras escuchaban la charla de Greta.

Hoy he vuelto a verlos, pero esta vez, Hans se sentaba al lado de la chica. Creo que Franz no tiene nada que hacer. Hans se ha quitado la corbata