miércoles, abril 14, 2004

Ultimamente estoy recordando muchos momentos de mi infancia. Recuerdo sobre todo las cosas que hacíamos la familia (mis padres, mi hermano y yo). Recuerdo cuando salíamos a comer calamares y croquetas los sábados, las horas de coche metidos en el atasco del domingo por la noche cuando volvíamos a casa, oliendo el tabaco negro de mi padre y escuchando el carrusel deportivo, cuando estábamos todos juntos a la hora de comer mientras mi padre leía el periódico y mi madre se afanaba en la cocina. Recuerdo los nervios del día que nos íbamos de vacacionesy la tristeza lluviosa del día que volvíamos. Casi todos los recuerdos son agradables, pero ahora los revivo con un nuevo punto de vista. Trato de imaginar qué era lo que pensaba mi padre en esos momentos, lo que sentía cuando nos veía a mi hermano y a mi, tan felices y tan ajenos al mundo como ahora lo es p. Qué difícil debía ser transmitir siempre esa sensación de seguridad, protegernos y mantenernos felices aunque él estuviese pasando malos momentos.
Ahora estoy empezando a comprenderlo. No es justo que los problemas del mundo afecten a un niño pequeño. Aunque desgraciadamente ocurre con frecuencia.
Tengo miedo, no se si seré capaz de hacerlo tan bien como lo hizo mi padre, no se si conseguiré mantener a mis problemas alejados de p, no se si conseguiré transmitir aquella sensación de seguridad.

La vida es un juego complicadísimo que tiene un manual de instrucciones penoso y al que le faltan páginas.