martes, mayo 04, 2004

Cuando era más joven, soñaba con vivir en New York, con tener un apartamento en el Village con vistas a un montón de azoteas y ventanas, a través de las que podría ver las interesantes vidas de mis vecinos. Soñaba con un trabajo importante, con trajes de marca e interminables fiestas en las que conocería a rubias de piernas largas con cortos vestidos que yo me encargaría de enrollar alrededor de su cintura. Planeaba desayunos de fresas y champagne, brunches en el Russian Tea Room y agradables cenas en aquel pequeño restaurante de Broadway en el que me conocían por mi nombre. Puccini en el Met, los Knicks en el Garden, estrafalarias exposiciones en TriBeCa. Copas hasta las mil con mis colegas mientras dejaba los restos de mi tabique nasal sobre las mesas de cristal de los reservados en los clubes de moda.
Con todo eso soñaba.
Dejando aparte el hecho de que aquel país es, ahora, un crisol en el que se mezcla todo lo que desprecio, y que estoy convencido de que hay personas que tienen que estar pasándolo horriblemente mal al ver en qué se ha convertido la tierra de la libertad, tengo que asumir que mi sueños han cambiado.
Ahora me duermo pensando que en Júpiter hay tormentas que duran siglos, que las estrellas que veo son las mismas que una vez vió un profeta de Galilea mientras se desangraba en una cruz, que en el cinturón de Kuiper una roca de hielo ha sufrido la combinación precisa de fuerzas que la hará seguir una trayectoria elíptica de cientos de años que terminará en una colisión inevitable con la Tierra, que en las cercanías de Sirio hay alguien que se pregunta qué sentido tiene el universo, y la vida, y la muerte...
Mientras, sueño con la utopía de comprender, con poder explicar el dónde, cómo y por qué, notando en mi interior la presión que provocan miles de historias que pugnan por salir. Historias hermosas y horribles, adornadas con humo de tabaco y aceitunas de Martini. Con mujeres negras que cantan con voz ronca mientras mi mano en tu cintura marca el compás de un baile que inventamos sobre la marcha.