sábado, mayo 15, 2004

El Maestro Zen ha puesto en su blog un recuerdo de infancia relacionado con el cine. Me ha hecho recordar.
Uno de mis primeros recuerdos del cine es de cuando yo tenía alrededor de diez años. Mi madre había accedido, después de mucha, pero mucha resistencia, a llevarnos a mi hermano y a mi a ver una película titulada "La isla de los monstruos". Tenía de todo: naufragios, una isla (evidentemente), monstruos (eran formas vagamente humanas cubiertas de algas), una chica (Dios mio, era Ana Obregón) e incluso una ametralladora que disparaba bananas. Vamos todo lo que un preadolescente espera ver en una película.
Estaba disfrutando como nunca, hasta que giré la cabeza y vi a mi madre completamente dormida. La cabeza apoyada en el respaldo, mirando hacia arriba con la boca abierta... ¡¡Pero cómo se puede dormir ante semejante derroche de acción!!

Ahora lo comprendo, y me doy cuenta de la infinita paciencia que tenía con nosotros. Enseguida me tocará a mi demostrar si la he heredado (¿se puede escuchar la radio en el cine?)

Tengo otro recuerdo de cine y de infancia que es un poco más surrealista. Mi padre nos había llevado al cine (una de las contadas veces que lo hizo) a mi hermano, un amigo y a mi a ver "Alien, el octavo pasajero". Uuuuuuuuuh, mucho miedo. Era un cine de barrio y de reestreno y la concurrencia era variopinta. Sobre todo gente mayor. Parejas maduras, señoras con amigas... Tenían pinta de ir todas las tardes sin importarles qué pusieran.
Qué decir de la película. Es un clásico del genero, cientos de veces imitada. Y a aquella tierna edad todavía era más impresionante. Mi amigo se vió toda la película con la mano en la cara. Mi hermano, mostrando una temprana predilección por el gore disfrutó como nunca y a mi me gustó sobre todo el streap-tease final de Sigourney Weaver.
El toque surrealista fue el siguiente. Parece ser que en aquel cine era costumbre hacer un descanso a mitad de la proyección. Así que en mitad de una de las escenas más angustiosas, cuando el capitan Dallas persigue al bicho por los túneles de ventilación, cortaron la proyección y encendieron las luces. Fue un anticlimax bestial, y lo más curioso fue que dos señoras de avanzada edad que estaban sentadas delante de nosotros sacaron una fiambrera y se pusieron a merendar tranquilamente... ¡una tortilla de patata!

¿Hay algo más anticinéfilo que una tortilla de patata?