lunes, octubre 27, 2003

Estoy metido en Bookcrossing desde que oí hablar de ello por primera vez. Hace más o menos un año me registré y comencé a contárselo a mis amigos. La idea me parecía maravillosa, unía la lectura por el simple placer de la lectura con un movimiento global gestionado a través de Internet. Me encantaba la idea de liberar libros, ya que como ellos dicen "los libros en la librería no ayudan a nadie". Lee un libro, consíguele un BCID y libéralo, déjalo "olvidado" en el parque, en una cafetería, el autobús, donde quieras... Si encuentras un libro liberado, dilo en la página web, leelo y vuelve a soltarlo.
Me parecía algo emocionante, hasta se abrió una sucursal española que realizó varios eventos en mi ciudad.
Pero hasta el día de hoy no he conseguido participar. Lo he intentado, pero en el último momento siempre me arrepiento. Los libros que he leido serán parte de mi para siempre, su contenido se ha fundido conmigo para formar lo que soy, pero los volúmenes no son meras encuadernaciones del contenido, cada uno de ellos tiene su historia: los que he buscado durante horas en librerías de liquidación, los que he comprado porque me habían recomendado, los que adquirí porque otros libros me llevaron a ellos, los regalados, los robados, los que me prestaron y nunca devolví, los que mantengo como rehén de alguna relación rota...
Por tanto, me resisto a desprenderme de cualquiera de ellos. Y os juro que lo intento. Nada me haría más feliz que liberar un libro y poder seguir su vida a través de bookcrossing, pero hasta el día de hoy no he podido deshacerme del ninguno. Eso si, tengo candidatos: "La carta esférica" de Pérez-Reverte que me encontré olvidado en un avión y "El libro de mormón" que conseguí tras una disputa dialéctica con un par de misioneros mormones.