jueves, febrero 26, 2004

Era inevitable, antes o después iba a suceder. He leido "El código Da Vinci" de Dan Brown. Desde hace unos meses es imposible viajar en avión, metro o autobús y no ver a alguien que lo esté leyendo. Me lo han recomendado amigos, familiares y programas de radio, así que he tenido que leerlo con una inevitable predisposición a la crítica.
Este libro es otro de los parientes, salvando las distancias, de "El péndulo de Focault". Una trama peliculera, adornada con enigmas y acertijos (algunos de ellos realmente tontos) sobre "escenarios naturales". Cualquiera que haya estado en los lugares de desarrollo de la historia (París y Londres), pasará un buen rato leyendo las descripciones de cómo llegar a algunos de los sitios más conocidos de dichas capitales.
Quizá, el éxito de la novela se deba a eso. A la inclusión de personajes, entidades, organizaciones y lugares que son reales. Por supuesto también ha influido (mucho) la incorporación de un elemento de escándalo, tal como es la aparición del Opus Dei en uno de los lugares de preferencia de la historia. Digamos que La Obra no sale demasiado bien parada.
Por lo demás, es una novela discretita. La trama empieza bastante bien, y se mantiene dignamente a lo largo de su desarrollo, gracias al descubrimiento paulatino de las claves de la historia. El ritmo frenético se mantiene (la historia dura poco más de 24 horas), pero a mi me ha llegado a cansar. Lo que más me ha gustado ha sido el manejo de la simbología. Se mezclan obras de arte sumamente conocidas con significados ocultos, palabras de lenguas olvidadas y símbolos aparentemente inofensivos e insulsos, que bajo la luz adecuada se revelan imprescindibles para entender el cristianismo.
Si te gustaron "El ocho" o "El círculo mágico" (ambas de K. Neville), te gustará "El código Da Vinci". Aprovecha estos días de mal tiempo para quedarte una tarde en casa con una novela entretenida (cualquiera de las que he mencionado ;)