Cuando colgaste, me quedé escuchado. Tres pares de pitidos y después el silencio. Mantuve el teléfono junto a mi oreja, sin atreverme a moverlo, disimulando, como si todavía me hablaras. Creo que incluso asentía con la cabeza para engañar a cualquiera que me mirase. Dándote la razón que otras veces te niego. Pensando en que podría haber dicho aquella palabra, o que podría haberme callado en aquel momento.
Temía separame del teléfono, por miedo a quedarme totalmente solo. Lo último que había oido de tu voz, todavía retumbaba entre los cartílagos de mi oreja y los botones de goma del móvil. Y quería conservarlo. Quería seguir oyéndo tu última palabra durante el resto de mi vida, pues ¿No es mejor oir algo que no quieres a no poder oir nada?
Después de unos minutos supe que no podría seguir así demasiado tiempo. La gente empezaría a sospechar. Debería decir algo, pero las palabras no salían de mi garganta. Tenía miedo de que se perdiesen en el aire. ¿Qué sentido tenía decir algo que tu no podrías escuchar?
Finalmente bajé el brazo. El aire frío entró por mi oido, limpiando dolorosamente los últimos restos que me quedaban de ti. Di media vuelta y me senté en una butaca del hall. Puse el teléfono encima de la mesita y comencé a mirarlo. Deseando con todas mis fuerzas que sonase, me daba igual quien fuese. Porque yo haría que fueses tu. Sólo quería una llamada, para poder responderla y simular durante unos pocos minutos más, que todavía hablaba contigo.
viernes, marzo 05, 2004
Publicado por Poncho a las 19:20