lunes, marzo 08, 2004

Ya me molesta bastante que el estado me obligue a tener un Documento Nacional de Identidad, que no es otra cosa que una ficha policial. Pero que además tenga gue pagar (6.31€ importe exacto, por favor) para renovarlo es algo que hace que me rechinen los dientes. Si fuese abogado me plantearía pasarle a la administración la factura del dentista, pero como, a Dios gracias, no lo soy, me limitaré a patalear, que al fin y al cabo es el motivo por el que comencé a escribir esta página.
Hasta hace poco, en el mundo anglosajón, la idea de un documento de identidad personal era impensable: ¿por qué alguien iba a dudar de la palabra de otra persona? ¿es qué ya no se respeta la palabra de un caballero (o una dama)?
En el Reino Unido, se cancelaron todas las tarjetas de identidad al término de la Segunda Guerra Mundial, ahora, tras el resurgir del terrorismo islámico, están empezando a planterase el volver a implantar las tarjetas de identidad.
Pero en España...
En España casi nacemos con el DNI en los dientes, te lo piden para todo: trámites administrativos, compras con tarjeta de crédito, registro en hoteles. Ya estamos acostumbrados y no le damos importancia, pero si te paras a pensarlo, es como si estuvieran presuponiendo tu culpabilidad: "Este cabrón no es quien dice ser y quiere timarme, así que voy a comprobarlo..."
En EEUU, lo más parecido a una tarjeta de identidad es el permiso de conducir. Para abrir una cuenta bancaria necesitas poco más que una dirección y un número de teléfono. Y me pregunto: ¿son más pobres o son robados con más frecuencia los bancos yanquis que los españoles? Evidentemente no.
Quizás la obligatoriedad del DNI en España esté justificada, ya que el timo y el robo es una especie de deporte nacional, pero sigue pareciéndome humillante.
Por cierto, los 6.31€ los he pagado con un billete de 50 (estúpida venganza)