lunes, marzo 15, 2004

Han sido cuatro días extraños. Vividos con el llanto a flor de piel y con la rabia contenida.
Cuatro días sin saber qué decir, sin saber qué pensar. Deseando una explicación que no existe, buscándole sentido al absurdo. Sin poder olvidar ni un sólo momento el horror, el horror...
Ni el viaje a Valladolid del viernes y los cinco minutos de paro a mediodía, compartiendo el dolor con personas a las gue nunca había visto. Ni los abrazos de p cuando le di el beso de buenas noches y ella se resistió a soltarme. Ni las caricias de P cuando hicimos el amor el domingo por la mañana. No pude olvidar ni un solo momento los cuerpos amputados, las vidas destrozadas, la desesperación de los que quedaron, cuyas vidas nunca volverán a ser iguales.
Mientras aguardaba en la cola, camino de la urna en la que depositaría por primera vez en mi vida una papeleta electoral, me esforzaba en tener la mente en blanco, me esforzaba para que mis pensamientos no volvieran, una y otra vez, a recordarme el dolor del Absurdo.
No me importaban las mentiras del gobierno, ni me alegró que perdiesen las elecciones dándonos un atisbo de esperanza que inevitablemente nos defraudará una vez más.
He guardado los periódicos de estos días. En ellos se publica, por cada una de las víctimas, una pequeña semblanza, una foto y unas líneas que tratan de contarnos quiénes fueron, qué les gustaba, qué sueños tenían...
Los guardo porque algún día los leeré. Ahora no puedo. Las lágrimas no me dejan ver las líneas, el dolor que siento impide que comprenda las palabras. Pero sé que debo leerlos, porque cualquiera de ellos podría haber sido yo. Podrías haber sido tú.

Estoy en Madrid. He llegado hoy, y seguramente serán imaginaciones mías, pero he notado que la ciudad está más silenciosa, como si el aire fuese más denso y los sonidos llegasen amortiguados. O tal vez sea que tenemos miedo de escuchar otra explosión, de que el horror comience de nuevo.