miércoles, marzo 24, 2004

La pelota saltó la tapia del colegio y cayó a la calle. Un hombre que paseaba por la acera la atrapó antes de que se perdiese entre el tráfico. Tuvo que dar un salto y estirar los brazos, pues el bote había sido muy vivo y el balón había sido recién hinchado por el profesor de gimnasia, que, como cosa extraña se sentía agradablemente contento y había decidido dejar que los chavales jugasen un partido.
El hombre agarró el balón con las dos manos y lo miró fijamente, manteniéndolo frente a sus ojos. Era un balón de plástico, de color rojo, con un diseño que imitaba a los balones de reglamento. Estaba muy usado. Lleno de rozaduras y de marcas producidas por cientos de botas infantiles y miles de sueños de gloria que nunca llegarían a cumplirse. Olía a goma, a sudor y a hierba sucia. Aquellos olores penetraron en el cerebro del hombre con más potencia e intensidad que la más pura raya de cocaina que nunca hubiera probado. De repente había retrocedido casi cuarenta años en el tiempo, estaba en el patio de su colegio y sentía la emoción del recreo, los nervios del partido, las heridas en las rodillas y el pegajoso sudor de su ropa.
-¿Qué me ha sucedido? - pensó.
-¿Por qué no he vuelto a sentir esa sensación? Yo sólo quería ser feliz. ¿Y qué es lo único que he conseguido...?
El cerebro del hombre, automáticamente, comenzó a repasar su vida: Un montón de bienes materiales. Más dinero del que nunca había imaginado que lograría tener. Varios corazones rotos (el suyo incluido), y un hijo con el que no hablaba desde hacía años.
-No se si le gusta el fútbol. Ni siquiera se dónde está. Podría estar en este mismo colegio. - seguía pensando sin apartar la vista del balón.
-¿En qué momento me equivoqué? ¿cómo podría dar marcha atrás? ¿hay algo que pueda hacer...?
Otro hombre, intrigado por su actitud, se paró a su lado. Pensaba que aquel tipo estaba haciendo sufrir a los niños del colegio al no devolverles el balón. Se los imaginó mirando hacia arriba, al borde de la tapia, esperando que algún dios desconocido, habitante del "otro lado", les devolviese su ofrenda. Sin mediar palabra, le arrancó el balón de las manos y lo lanzó de vuelta al patio del colegio. Siguió su camino satisfecho, mientras aquel tipo tan extraño seguí inmóvil.
-Juraría que estaba llorando -iba diciendo para si-