Hoy he visto, en el jardin del edificio donde tengo el curso, una hilera de orugas de más de un metro de largo. La formaban unas cuentas decenas de bichos, y reptaban por el empedrado como si estuviesen convencidas del lugar al que iban, aunque yo estoy seguro de que se limitaban a seguir a la oruga de cabeza. Algunos de mis codiscípulos comenzaron a hacer aspavientos y a emitir exclamaciones de asco. Mientras yo pensaba en lo mucho que nos parecemos los humanos que todos los días vamos a trabajar como si estuviésemos siguiendo a una oruga que no vemos.